Reseña - Fear Street


País: Estados Unidos

Directora: Leigh Janiak

Elenco: Kiana Madeira, Olivia Scott Welch, Sadie Sink, Benjamin Flores Jr. 

Sinopsis: Una serie de asesinatos brutales están ocurriendo en el pueblo de Shadyside en el año de 1994. En ellos se ve envuelto un grupo de adolescentes locales lidereados por Deena Johnson, su hermano Josh, y Samantha Fraser, quienes descubren que el pueblo, así como sus vecinos de Sunnyvale, es víctima de una maldición de más de tres siglos de antigüedad, misma que acarrea una ola de violencia cada cierto tiempo. Para poder sobrevivir, el grupo deberá descubrir el oscuro origen de la maldición y romperla antes de que les quite todo lo que atesoran.

Michelle Swope, crítica de cine para el portal especializado en horror Dread Central, tuiteó en su cuenta personal @RedheadFromMars, el 8 de agosto, un pequeño hilo donde explica que el horror como género literario siempre ha sido político; un testimonio de lo que pasa dentro de la sociedad al momento de la publicación de la obra. Por ello, carece de sentido vivirse quejando de que las películas de terror modernas se han vuelto muy “wokes”. Aunque Swope se refería a la nueva versión de Candyman, sus palabras aplican también para la trilogía Fear Street, lanzada no hace mucho por Netflix.

La historia basada en la eterna saga homónima del escritor R.L. Stine ha sido vilipendiada por un sector que la señala como testimonio irrefutable de las ganas de Netflix de “quedar bien”; un ejemplo más de la “corrección política” a la que “los progres” tienen “sometido” al cine, y particularmente al cine de terror. Si Swope no tuviera razón en lo que dice, entonces ¿de qué otra manera se entiende Night of The Living Dead o la original Candyman si no es partir del racismo?, ¿acaso no era Invasion of the Body Snatchers un reflejo del temor al comunismo en Estados Unidos?, ¿cómo leer El Vampiro de John Polidori sino como testimonio de los excesos de la aristocracia inglesa encarnada en Lord Byron? El terror no solo siempre ha sido político, como señala Swope, sino que además, en su calidad de obra de arte, es producto también de los valores morales de una época determinada. Y estos cambian. El slasher es, de origen, un género misógino, que criminalizaba a la juventud, particularmente de los 80’s, por lo que en ese entonces se consideraba como “libertinaje sexual”. 


Brillante representante de la corriente llamada “Horror LGBTQ+”, en las tres entregas de Fear Street, la directora Leigh Janiak, no solo subvierte por completo el slasher, como ya lo había hecho Freaky el año pasado, sino que elabora un universo cuyas reglas están perfectamente definidas y que dan como resultado una pieza de horror social siempre anclada al humor inteligente, a los giros de tuerca con sentido, y al gore con propósito. Mientras que la Part 1: 1994 y la Part II: 1978 son cintas de asesinos con múltiples homenajes a las próceres más importantes, la Part III: 1666 es una clásica cinta de brujería y pánico moral que tiene más que ver con The Devils (1971) y, por supuesto, The Witch (2015). Todas aderezadas con una dosis del drama y el angst que caracterizan a las historias del mal llamado “género gay”. 

La Unión, compuesta por los pueblos de Shadyside y Sunnyvale, de las películas es una región maldita. Lo interesante aquí es porqué y quién es el culpable. Antaño, la maldición sería originada por algún pecado relacionado con la homosexualidad, aunque se le presentara a esta bajo una luz de compasión. ¿La culpable? Seguramente una bruja; una mujer con conocimientos superiores al promedio, pero de talante conservador. Janiak, en el guión que adapta, es plenamente consciente de esos lugares comunes del género. Shadyside está maldita por su homofobia, y la bonanza de Sunnyvale se encuentra erigida sobre una mentira. 


Los valores de producción en los tres filmes son altísimos. La fotografía de Caleb Heymann logra excelentes planos, pero sobretodo, compone una imaginería verdaderamente terrorífica, en especial en la tercera parte. Por su parte, Marco Beltrami, el eterno compositor de Wes Craven, firma el que quizá sea su mejor trabajo hasta la fecha.

La parte II es en verdad débil y, aunque funciona ya dentro del todo, queda muy opacada por la alta calidad de las otras dos. El elenco es también desigual, teniendo actuaciones muy sólidas de parte de lxs casi desconocidos Madeira, Welch, y Flores Jr. por un lado, pero a una Sadie Sink repitiendo hasta el hartazgo su personaje de Stranger Things y a un Ashley Zuckerman al que le falta potencia como villano por el otro. 


Claro que Netflix, como buena corporación, es oportunista en su intento de conquistar el mercado que supone la comunidad LGBT+, eso no lo va a negar nadie, pero cuando deciden pasar por alto el queerbating para, de hecho, confirmar y celebrar la sexualidad de sus personajes, con productos de alta calidad como es el caso de esta trilogía, se tiene que reconocer. No es que sea la moda; es que hay que acordarnos que también hay otras historias que vale la pena contar por el simple hecho de que siempre han estado con nosotrxs; sea 1666, 1978, 1994, o 2021. 


Calificación


Disponible en Netflix



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