Reseña - Drive My Car


País: Japón

Director: Ryusuke Hamaguchi

Elenco: Hidetoshi Nishijima, Toko Miura, Masaki Okada.


Sinopsis: Yusuke Kafuku, actor y director de teatro, incapaz de superar la muerte de su esposa aún tras dos años, acepta dirigir una adaptación de la obra "Tío Vania" de Antón Chéjov para un festival en Hiroshima. Ahí conoce a Misaki, una introvertida joven que la compañía le asigna como chofer. Entre trayectos, secretos del pasado y confesiones a corazón abierto empiezan a surgir entre ambos pasajeros.


Vemos a los ojos a una chica que va conduciendo junto a un perrito. Después, vemos lo que ella está mirando; una carretera, solitaria y en movimiento constante, pero que sobre todo, es un camino que parece interminable; vasto. Drive My Car, el nuevo y aclamado trabajo de Ryusuke Hamaguchi, es una película vasta, inabarcable. No solo por su duración, sino porque lo que intenta retratar, esa realidad interna, es, parafraseando a su director, algo en lo que las películas no son muy buenas.

El mastodóntico trabajo de adaptación que realiza Hamaguchi del cuento base de Haruki Murakami extiende el material original hasta las últimas consecuencias de cada una de sus temáticas, logrando un profundo desarrollo emocional de cada uno de sus personajes. A primera vista, pareciera que son arquetipos completamente unidimensionales, y de alguna manera, es cierto que los rige una única emoción a lo largo de la película; pero lo interesante es que la cinta procura que sus personajes pasen por todos y cada uno de los matices de esa emoción. A Yusuke lo vemos en su duelo todo el tiempo, y Hidetoshi Nishijima nos deja entrever todas sus etapas en su, en apariencia, inamovible semblante. Esto se espejea en Misaki (la actriz de voz Toko Miura en su primer papel live action) pero desde lo femenino.


Mucho se ha comentado sobre la duración de más de tres horas de la película, pero poco sobre su ritmo. 
Drive My Car intenta imitar el ritmo de la vida; no reproducir, pues para el cine esto es algo imposible. Nos hace sentir la longitud de un viaje en auto que dura dos días, pero es evidente que no puede mostrarlo en tres horas. El director se muestra muy consciente de esta limitación del arte; que mimetiza, simula nuestro ritmo cotidiano. Por eso la cadencia con la que los actores entregan sus líneas dentro de la representación teatral de Tío Vanya es exactamente la misma con la que hablan los personajes en “su vida real” dentro de la película; por eso la cámara se mueve al mismo tiempo que la delicada forma de manejar de Misaki. Hamaguchi, como Tarkovsky en su postulado más famosa, busca esculpir el tiempo. Quizá por eso las tres horas no se resienten.


Ante todo, 
Drive My Car es un filme que va sobre la comunicación. Sobre el influjo de esta, o la falta de, en las relaciones humanas. Existe más de un lenguaje para abordar esta tarea; por eso hay escenas por completo poderosas empleando solo las miradas y los gestos en el bar de un hotel o una lengua específica que se deriva de todos los idiomas y que no nombro porque descubrirlo por une misme es delicioso, pero que ocurre en una cena con una pareja de casados y su perrito. Aquí las palabras destruyen, construyen, rememoran, sanan, pero también lo hace el silencio. Y sin embargo, el lenguaje del arte es el que cobra una mayor preponderancia, porque la catarsis que otorga no se puede conseguir en otro lado. Esta especie de metaficción entre la película misma y la obra de Chéjov es la clave para llegar al clímax de la primera.

Cuatro párrafos después, uno siente que no ha dicho nada sobre la cinta. Pero igual se podrían escribir tres cuartillas sin llegar a nada ya que se está ante una obra, pues sí, inabarcable. Ryusuke Hamaguchi rompe por completo con su estilo previo como de dorama o telenovela coreana, que había manejado en filmes excelentes como Asako I & II (2018) y todavía en 2021 con Wheel of Fortune and Fantasy, para adoptar algo ya ni siquiera contemplativo, sino vital, y superar de forma avasallante su material de origen. Lo mejor es experimentarla en primera persona.


Inabarcable también es el mundo interno de cada individuo, y aún más lo que experimenta ante una situación dada. Tan grande que a veces ni esa misma persona le puede dar sentido. Por fortuna, nunca estamos solos en la carretera. Hay otras personas, con su propio leviatán de sentimientos, para que podamos resonar unos con los otros y que nuestra vista vaya alcanzando más allá en la inmensidad interna; descubrir que la soledad es un destino manifiesto solo si se lo permitimos. Y están las obras en las que se traduce toda esa marejada de cosas inexplicables; obras de artistas que están tan perdidos como nosotres. Qué bueno. 

Calificación


Disponible en MUBI

 


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