Análisis - The Power of the Dog: los hombres que somos


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Cuesta trabajo, eso es un hecho, pero aprendemos a perdonar a los demás con mayor facilidad que lo que aprendemos a perdonarnos a nosotres mismes. Si le preguntamos el porqué a Byung-Chul Han, por ejemplo, nos respondería que se debe a que nuestras sociedades están basadas en el rendimiento y la productividad como valores centrales; si la regamos nos laceramos y nos auto castigamos, porque no es culpa de nadie sino de nosotres. Ahora bien, si se lo preguntamos a Jane Campion, una de las cineastas más importantes de Nueva Zelanda, la respuesta va a ser muy diferente.

Desde que tronara el #MeToo en la industria hollywoodense, hablamos mucho de nuevas masculinidades, female gaze, y toxicidades del diario. Si bien son temas que se han discutido desde tiempo antes en el cine, ¿qué son Raging Bull (1980) Jeanne Dielman (1975) sino ejemplos de lo primero y lo segundo respectivamente?, rara vez las vemos desde el cristal con el que la autora neozelandesa nos invita a mirarlos.

A lo largo de su carrera, el tema que ha obsesionado a Campion es el deseo femenino. Sin embargo, una temática siempre presente, pero en un nivel secundario, ha sido el hombre, no solo como objeto de ese deseo de la mujer, sino como un sujeto que a pesar de tenerlo todo en materia de libertad y poderío sexual, que es al final lo que despierta la atracción en las protagonistas, son profundamente infelices. Pareciera que algo les falta, un algo intangible que les impide en principio tratar a aquellas mujeres como personas, y ultimadamente entregarse sin reservas a ellas. No importa si se trata del misterioso salvaje selvático de Harvey Keitel en The Piano (1991), del sensible poeta romántico de Ben Whishaw en Bright Star (2009), o del dominante terrateniente de Benedict Cumberbatch en The Power of the Dog. Algo los atormenta a todos.

El cine de Jane Campion, además de su elegante sutileza, es un cine de contrastes; construye a partir de hacer explícitas una multitud de contradicciones. The Power of the Dog está llena de grandes planos generales, en los que podemos observar los majestuosos paisajes rurales, pero en especial a las personas de la película que habitan esos paisajes. Inmediatamente después cambiamos a un plano más cerrado, que puede ser medio o close up, de esos mismos individuos. La fotografía de Ari Wegner encarcela a los personajes dentro de sus entornos, generando un contraste entre la infinidad del campo y las montañas y el microuniverso de los personajes que, según vemos en la historia, los oprime; son incapaces de escapar. 

Aunando a los contrastes, encontramos a Phil (Cumberbatch en su mejor actuación en años), quien establece su presencia a través de los sonidos. El repiqueteo de sus botas por la casa, su banjo que acalla el piano de Rose, o los gruñidos que ejecuta cuando castra a un becerro a mano limpia. “Que un sonido se te meta, no es agradable” dice una mucama en The Piano; y así es como este sujeto se infiltra en las psiques de quienes lo rodean. Y sin embargo Phil, quien también habla mucho, no tiene nada que decir. Cuando con el pasar del metraje, el tipo quiere articular lo que siente, las palabras jamás acuden; solo el silencio. Su mirada, quizás sus gestos, son lo único que nos deja entrever qué es lo que quiere decir y no puede. 

Resalta también que un hombre tan presente (ya que no solo se cuentan con los dedos de una mano las escenas en las que no aparece, sino que además, cuando no lo hace, está presente en las conversaciones de los demás, y en el actuar de su hermano y su cuñada) esté de forma invariable marcado y definido por la ausencia. El nombre de Bronco Henry inunda el rancho de los Burbank. Phil se refiere a él una y otra vez, como si al invocar su nombre fuera a materializar de pronto a la persona. Bronco Henry no solo le enseñó al protagonista todo lo que sabe, sino que representó la única fuente de algo parecido al amor que conoció jamás, y aunque no es del todo consciente de ello, el hecho de que extravíe su mirada en una montaña que era significativa para Bronco, dice más incluso que el diálogo hacia el final de la cinta en el que se recuenta una anécdota entre ambos personajes. 

Bronco Henry nos permite arribar al último contraste que la directora elabora cuidadosamente en El Poder del Perro: el de Phil con los otros tres personajes de importancia. Primero George (Jesse Plemons), su hermano, a quien siempre ha despreciado por su incapacidad física, pero sobre todo porque es demasiado blando. Es George el primero en conocer la felicidad en el filme. Segunda, Rose (la siempre destacada Kirsten Dunst), quien para Phil no es más que una arribista de la que se tiene que deshacer subyugándola a una especie de panóptico a través de los sonidos que comentábamos. Rose es la primera en alcanzar la libertad. Y tercero, pero quizá el más importante, Peter (magistral Kodi Smith-McPhee), un muchachito afeminado, hijo de Rose, que Phil planea usar para vengarse de su madre. Peter, el primero al que se le concede un futuro más allá del rancho, es quien desarma por completo al macho, siendo el único capaz de ver en la montaña lo mismo que ve Phil y, por ende, pareciéndose a Bronco Henry más que cualquier otro. Phil lo tiene todo, pero ellos tienen algo que él jamás podrá alcanzar.

Para Campion, el hombre es un ser trágico. Es victimario, sí, pero también es víctima. Víctima de un sistema social que le ha otorgado poder, pero que le ha otorgado tanto que no sabe qué hacer con él. Demasiada libertad, tanta que al final no queda nada de ella. La mujer se sabe ciertamente prisionera de este sistema, y por tanto se rebela contra él, pero la tragedia del hombre radica en que no tiene ni la menor idea que él también es un prisionero de ese mismo sistema. Tan es así que en su más reciente obra, cuando el macho dominante y omnipotente se ve expuesto a la posibilidad del amor (como lo dice la sinopsis de la película en Letterboxd), y más aún a través de una personalidad que los modelos tradicionales de masculinidad han marginado de la misma definición constantemente, no le queda más remedio que morir. Extinguirse. Apagarse como una vela que brilló tanto que no supo cómo vivir con tanto brillo. The Power of the Dog dialoga con Chul Han, pero quizá lo hace más con la recientemente fallecida bell hooks, autora feminista que encuentra en el hombre a una víctima más, sin ser el sujeto político, del patriarcado que perpetúa. 

Y sin embargo, en un contraste más, Jane Campion también nos mira con ternura. La misma que Bronco Henry le mostró a Phil cuando lo arropó en una gélida noche. Porque a lo mejor el primer paso para quitarnos el velo y romper nuestras cadenas sea aprender a perdonarnos y a mirarnos con ternura; como Peter lo hizo con Phil. 


The Power of the Dog está disponible en Netflix

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