Reseña - Sin Señas Particulares


País: México

Directora: Fernanda Valadez

Elenco: Mercedes Hernández, David Illescas, Juan Jesús Varela

Es una virtud incuestionable del cine mexicano aquella de estar tan inherentemente atado al contexto sociopolítico de la nación, que termina siendo un reflejo consciente o inconsciente de las condiciones del mismo. Para bien o para mal, esto se traslada a toda clase de expresión cinematográfica nacional; ya sea desde la omnipotente comedia romántica comercial o la parsimonia contemplativa festivalera. La cosa es que, con esto sobre la mesa, transmitir la situación del país no es sinónimo de autentificación temática o emocional, ni un pase directo a la profundidad semántica. No es una clave difícil de descifrar, pero sí de balancear. Sin Señas Particulares es un gran ejemplo de cómo hacerlo.

Ópera prima de Fernanda Valadez, es difícil no querer iniciar por saltar a subrayar los años de experiencia que pareciera transmitir, como si de una cineasta con decena de cintas en su filmografía se tratase. Con un guión firmado por ella misma y la productora Astrid Rondero, ambas logran precisamente encontrar el balance entre la dramatización y la exposición al desvestir cualquier reflejo de veracidad y reconocerlo como tal. Esta es una historia de ficción que se admite como ficción, sin desconocer la realidad de la que proviene.

La claustrofóbica lente de Claudia Becerril se encarga de seguir la violentada lupa de una madre desolada. Magdalena, interpretada soberbiamente por Mercedes Hernández, está preocupada por la aparente desaparición de su hijo, Jesús (Juan Jesús Varela), quien había dejado su hogar con la esperanza de cruzar la frontera. Presumido muerto por las autoridades y ella abrazada a la idea de que no es así, a esto le sigue un descenso en espiral hacia el infierno dantesco de la crudeza desigual en un México convertido en tierra de nadie, donde el miedo y la incertidumbre raptan sin piedad cualquier deslumbro de lo que la vida tal vez fue. Una casa, una persona, una memoria. Ahora no queda nada más que el suelo donde se postra el siguiente paso entre las sombras.


Magdalena entonces, con una mirada tan decidida como temerosa, va retando una realidad que la supera con miedos hercúleos. Pese a todo, decide ir contra corriente y guardar sus temores en lugar de someterse ante ellos, rodeándose de madres esperanzadas como ella y extraños desconcertados por su convicción. Entre más desciende, más le advierten: no sabe dónde se está metiendo. Esto la lleva a encontrarse con Miguel (David Illescas), quien inversamente ha sido deportado de Estados Unidos y busca reencontrarse con su madre. Es poético entonces, que ambos decidan ayudarse en el camino.

La travesía entera se permite observar los entornos no tanto para conocerlos, sino para establecerlos. Alejados de la centralización tan presente en la industria, los paisajes que vemos no sirven de simples fondos, sino de recordatorios; esta no es una película sobre la violencia en el país, sino sobre las consecuencias de la misma, de su impacto. Aquí, las carreteras se vuelven los pasillos de las pesadillas, y las voces cuentan historias de terror.

Entrelazados por el destino, por no decir la causalidad de la crueldad, Magdalena y David se complementan momentáneamente con aquello que buscan, casi como un pequeño destello que nos permite respirar y recordar que no todo aquel que sea extraño es un peligro o una advertencia de éste. La alianza que aquí forman es casi un pacto no verbal donde ambos son la familia que alguna vez fueron con aquellos a quienes buscan. David es un espejismo y un anhelo de lo que Magdalena desea encontrar al final del camino y viceversa. Juntos cruzan el infierno como el reflejo de un México donde sólo nos queda tenernos los unos a los otros, si es que nos lo permitimos.


Lo que termina por desembocar en esta odisea es la crudeza del peor de los horrores, donde lo terrenal se envuelve entre lo etéreo y las carreteras no sólo son carreteras, ni los árboles sólo árboles; donde el diablo es real. Encontrada en las entrañas del último círculo del infierno, ultimadamente la película golpea con una visceralidad que destripa cualquier empeño por el bien, sin piedad alguna más que aquella que nuestra protagonista se permite soportar. Aquí no hay calidez, sino frialdad. Esto sólo nos pone a reflexionar, pues, ¿no fue eso lo que siempre estuvo permeando el camino? ¿Qué tanto se desciende cuando el pozo es sólo fondo?

La película pareciera tomar conciencia y pensar junto a su audiencia. Ese es el atributo que le permite aprovechar la condición de su contexto. A lo largo de sus 95 minutos de duración, las imágenes en pantalla son una colección de sensaciones y retratos que apelan a lo reconocible y lo retuercen en ficción. Lo que podría parecer un documental, se convierte en simbolismos y reflejos abstractos, celestiales e infernales de la propia realidad.


Cuando los créditos terminan, el sentimiento es abrumador. Es una sensación de incertidumbre la que predomina, incertidumbre interminable. Para algunos en la audiencia esta será solamente una historia, para otros un espejo y para todos un recuerdo: la experiencia mexicana se ha vuelto una de supervivencia, donde al culpable se le evita y el mayor logro es imaginar lo que pudo haber sido; vivir para contar el dolor que se logró evitar. Y es que, si no se evita, ¿qué dolor es mejor, el de la ignorancia o el de la sapiencia?

Sin Señas Particulares es sobre el imperio de la incertidumbre, donde la violencia no se ve y los demonios son tangibles. A la cámara no le importa enfocar el impacto de las balas ni los cuerpos cercenados, sino lo que yace tras de ellos; la incómoda verdad que refleja su existencia. Esta es una historia de fantasmas donde los vivos son los muertos.

Calificación


Disponible sólo en cines.



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