Reseña - Wolfwalkers
País: Irlanda, Francia, Luxemburgo, Reino Unido, Estados Unidos
Directores: Tomm Moore & Ross Stewart
Elenco: Honor Kneafsey, Eva Whittaker, Sean Bean, Simon McBurney
Las raíces de nuestra historia son imperecederas para la
culminación de aquel camino que revela nuestra identidad y la del mundo que nos
rodea. Entendiendo esto a través de su corta pero magistral gama de filmes,
Cartoon Saloon pone en lo alto una vez más la ejemplar calidad de su animación con
Wolfwalkers, culminación de la trilogía informal de folclore irlandés de
Tomm Moore (conformada también por The Secret of Kells y Song of the
Sea), quien esta vez se ve acompañado en la dirección por Ross Stewart.
Situando la historia en Kilkenny, lugar de origen del
estudio de animación, el filme nos traslada 400 años hacia el pasado del siglo
XVII. Aquí seguiremos la historia desenvolverse desde los ojos de Robyn
Goodfellowe, una valiente niña que ha dejado atrás su natal Inglaterra junto a
su padre Bill, cuya misión bajo el comando del temible Lord Protector es
simple: erradicar a los lobos del bosque. Relegada por unos y rechazada por
otros, es así como la joven Robyn se encuentra mágicamente a través de la
coincidencia y el destino con aquello que se denominaba meramente una leyenda:
el misterio de los Wolfwalkers, humanos que toman forma de lobo cuando duermen.
Es aquí donde entra en juego la siempre voraz Mebh, niña
wolfwalker que deambula por el bosque evitando que ella y los lobos sean
eliminados mientras busca a su desaparecida madre. Encontradas ambas
protagonistas, el choque de dos mundos inminentemente trae consigo una serie de
consecuencias que resultan en una fábula de la otredad en el prójimo, el
ambiente y uno mismo. La mancuerna aquí formada se transforma en la unión
mística que sólo la más pura de las amistades puede invocar en lo que termina
siendo un viaje de redescubrimiento para ambas, rompiendo los paradigmas que a
tan corta edad se formaron ante sus ojos.
Visualmente, la traducción de los conceptos se plasma en
una animación tradicional que se vuelve un ejercicio metafórico del arte al que
pertenece. No sólo compone el juego simbólico entre las más cuadradas y
estoicas figuras de Kilkenny y las más redondeadas y libres curvas del mundo del
bosque, también complementa su propio discurso sobre la artesanía casi
moribunda del cine de animación tradicional. Conservando los bosquejos
iniciales dentro de las imágenes finales y tomando audaces decisiones como transiciones
que descomponen y componen la imagen en pantalla, Wolfwalkers nos habla
de la importancia de la permanencia y es que, en un mundo donde hasta Studio Ghibli
está por incursionar en la animación digital tridimensional, Cartoon Saloon se
vuelve a alzar como una mítica criatura que deambula por los bosques y es vista
cada vez menos.
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