Análisis - In the Mood for Love: la pantomima de la vida


 --ADVERTENCIA: SPOILERS A CONTINUACIÓN--

“He remembres those vanished years. As though looking through a dusty window pane, the past is something he could see, but not touch. And everything he sees is blurred and indistinct”

Titán o dios. Complejo a la vez que relativo. La suma actual de todos los ahoras o instantes, como lo definiera Antonio Campillo. El tiempo es un concepto abstracto siempre presente en la existencia del ser humano y que nos inspira, a partes iguales, respeto y temor, tristeza y alegría. De las pocas seguridades que tenemos en torno a él es que el tiempo es ineludible, es una mancha de tinta que acaba por permear todo cuanto toca. El único medio del que disponemos para acercarnos a él una vez acabado nuestro fugaz ahora es la memoria; siempre inexacta, siempre maniquea, siempre melancólica; igual que una puesta teatral.

Wong Kar-wai, quizá el director chino más reconocido en la actualidad, analizó, como nadie nunca lo había hecho, el impacto del tiempo y la memoria en las relaciones de pareja en su laureada trilogía del amor: Days of Being Wild (1990), In the Mood for Love (2000) y 2046 (2004). En este texto vamos a analizar la segunda, y más popular de ellas: la inmortal In the Mood for Love, que nos cuenta la historia de dos vecinos, el señor Chow y la señora Chan, quienes al enterarse que sus respectivas parejas los engañan con la del otro, deciden empezar una relación entre ellos y actuar como sus respectivos conyugues para averiguar qué motivó la infidelidad. 



Todos, absolutamente todos los elementos en esta película van encaminados a hacerla pasar por una obra de teatro. Empezando por la premisa, que es, en sí misma, una simulación que realizan los personajes de un episodio de su propia vida. La razón de ser de esta metaficción es el entendimiento del director que el óxido del tiempo termina por corroer nuestras nobles intenciones y aspiraciones cuando de amor se trata, y de esta manera, los recuerdos que miramos constantemente tratando de revivir sensaciones y emociones, lejos de ser hechos fehacientes, no son más que reproducciones idealizadas. 

En In the Mood for Love, la mirada de Wong Kar-wai, como los recuerdos mismos, no es fiable. Está llena de movimientos en cámara lenta, de tomas a través de espejos o cristales empañados y de ventanas rotas. La música sube de volumen hasta tapar las voces de los personajes, lo que nos indica la existencia de palabras que no consiguen recordar.  La melancolía de la atmósfera se logra mediante el diseño de producción, basado en los recuerdos de infancia del director; una Hong Kong erigida por el sincretismo cultural, donde la tradición china convivía con la moda londinense y en el radio sonaban las canciones en español de Nat King Cole.


Los componentes antes mencionados se confirman como memorias cuando el realismo de la historia planteada por el autor se pasa por el filtro de una ejecución que, a todas luces, busca evitar el realismo. La hiperestilización de la imagen se suma a detalles como encerrar a los personajes en cuadros dentro del mismo cuadro, simulando una puesta en escena y acentúa la sensación de indiscreción por nuestra parte que viola cualquier tipo de privacidad que puedan tener los protagonistas. El trabajo en maquillaje y vestuario acrecienta la belleza de los ya de por sí bellos actores, Maggie Cheung y Tony Leung haciéndolos parecer irreales, cuasi oníricos. Irreal ensoñación, como si estuviéramos viendo…pues una obra de teatro.

El peso del tiempo y de sus ficciones autoimpuestas acaban por aplastar a los protagonistas, dejándolos sin más opción que confiarle sus secretos a monumentos milenarios, esperando que se pierdan en la infinidad de la memoria colectiva. Los espectadores somos testigos de todo ello, y es en el movimiento de los labios de los personajes, sus danzas sin alma y sus besos que no fueron bajo la lluvia que nos damos cuenta que, tanto ellos como nosotros, hemos caído en la pantomima vital que significa reproducir el pasado que creemos mejor, y en el eterno retumbar de un “quizás, quizás, quizás”. 




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