Análisis - Memories of Murder: crónica de una enfermedad degenerativa



                                         --ADVERTENCIA: SPOILERS A CONTINUACIÓN--

Bong Joon-ho, el flamante ganador del Óscar a mejor director, es dueño de una brillante carrera de más de 20 años que, al revisarse desde el principio, presagia el fenómeno en el que se convirtió Parasite, filme que arrasó en la pasada entrega de los premios de la Academia. Probablemente, el punto más alto de la filmografía del surcoreano sea su segunda película; Memories of Murder (2003), cuyo dominio sobre el género del thriller es ya destacadísimo y similar al que vemos en Parasite. Pero la actual trascendencia de Salinui Chueok (en su idioma original) tiene más que ver con el fondo que con su forma.
Memorias de un Asesino nos cuenta la historia de los dos peores detectives del mundo, quienes, en 1986, se ven obligados a resolver una serie de asesinatos de mujeres que han estado sucediendo en su pequeña localidad. Al ser un pueblo pacífico, la brutalidad de los asesinatos trasciende rápidamente a nivel nacional, y la pareja de detectives, Park (el ya conocido Song Kan-ho) y Cho (Kim Roi-ha) se ve obligada a aceptar la ayuda de Seo (Kim Sang-kyu), un joven detective proveniente de la capital, para resolver el caso lo más pronto posible.


Ya desde los primeros minutos de metraje, podemos ver que no se trata de cualquier asesino. Las dos mujeres encontradas muestran signos de violación, y sus extremidades han sido amarradas con su propia ropa interior. No, no es un asesino cualquiera; es un feminicida. El crimen de matar mujeres solo por el hecho de ser mujeres nos es, por desgracia, demasiado familiar en México. Pero Corea del Sur, un país económicamente avanzado, no es ajeno al problema. Según la Oficina de Naciones Unidas contra el Crimen, al año 2018, 52% de las víctimas de asesinato en el país asiático eran mujeres. Corea del Sur, como México, es una sociedad tradicionalmente patriarcal, donde a quien denuncia le puede ir peor que al señalado; donde las telenovelas perpetúan el estereotipo del macho dominante; donde, a pesar del avance más notorio en uno que en otro, todavía se tolera el acoso callejero, el piropo no requerido, el chiste cosificador o el manoseo. ¿Qué papel juegan estas “circunstancias” sociales en la problemática? ¿qué tiene que ver el chistecito sobre amas de casa con el feminicidio? Bong Joon-ho lo tiene clarísimo.

Memories of Murder comienza como una comedia policial donde el dúo protagonista se nos presenta incompetente, acostumbrados a no hacer nada. Nos enternece ver cómo fracasan una y otra vez a pesar de intentar e intentar. Esa simpatía que generamos rápidamente por ellos provoca que, no solo pasemos por alto, sino nos riamos a carcajadas de ciertas actitudes o acciones que se vuelven un gag recurrente durante la primera mitad de la película. El comportamiento altanero y el lenguaje grosero de Park, quien no duda en dirigirlo hacia su novia o sus compañeras de trabajo. El mismo Cho, un energúmeno que a la menor provocación no duda en lanzarle patadas voladoras a la gente. Y, por supuesto, la completa falta de rigor en las investigaciones; pistas mal recolectadas, determinar sospechosos a través del contacto visual, siembra de evidencias y confesiones obtenidas a través de la tortura. La presencia de Seo y sus peleas con Park vuelven aún más graciosas las situaciones; como si de un sitcom se tratara. Todo esto está filmado deliberadamente de forma cómica. El director quiere que nos riamos…hasta que ya no.


De pronto, la película se torna un drama policiaco. Cuando los cuerpos siguen apareciendo, la impotencia empieza a crecer en los protagonistas, y en nosotros también. La violencia se propaga en el pueblo con la velocidad de un virus del que es difícil recuperarse. Los mismos actos que nos provocaban risa 10 minutos atrás, ahora producen una mezcla de incomodidad, repudio, y desasosiego cuando recordamos la escena inicial del filme donde vemos a un niño pequeño imitando la actitud de Park. Entramos en una sensación de que todo este horror no tiene fin. El clímax de Memories of Murder no otorga ningún tipo de catarsis, por el contrario, la duda de si el peligro realmente ha pasado con la muerte del supuesto perpetrador persiste en todos y cada uno de los personajes y de los miembros de la audiencia.

Más de 15 años después, Park es ahora un hombre de negocios y su trabajo lo obliga a regresar al pueblo donde se cometieron los asesinatos. Por mera casualidad, pasa por el lugar exacto donde se encontró el primer cuerpo, su curiosidad lo lleva a echar un vistazo y mientras lo hace, una niña le comenta que hace rato vio a alguien haciendo lo mismo, y que esta persona le dijo que había hecho algo ahí hace muchos años. Cuando el ex detective le pregunta cómo se veía el sujeto, la chica le responde que como “una persona común”. En ése momento, Park, quien “reconoce a los asesinos viéndolos a los ojos”, voltea a ver directamente al espectador…y se aparecen los créditos. El mensaje de Bong está dado; y no puede retumbar más fuerte.



Como sociedad, resulta expiatorio, y hasta cierto punto tranquilizador, conocer la existencia de monstruos de Ecatepec, poquianchis, o Giovanas y Marios, pues nos eximen en su totalidad de cualquier tipo de responsabilidad. Con estos ejemplares, el gobierno, que como en la película, en el mejor de los casos es incompetente y en el peor ausente y cómplice, puede soltar un suspiro de alivio ya que se trata de una “anomalía”.  Pero en Memories of Murder podemos ver nuestro nauseabundo reflejo. Nosotros, sociedad, somos también responsables de las muertes de 10 mujeres al día en México. Porque no nos referimos a ellas como personas. Porque compramos periódicos que lucran con el fetichismo por la violencia. Porque ése “solo es un chiste, generación de cristal” se transforma en un insulto, que a su vez se convierte en un golpe, que deviene en una violación y que culmina en el acto de arrebatar una vida. Si el de al lado lo hace, sale impune, se le excusa y hasta se le aplaude…¿por qué no puedo hacerlo yo también?

Bong Joon-ho cartografió la evolución de una enfermedad degenerativa que, lamentablemente, persiste en muchos países del orbe; la violencia. Y en México, hemos permitido que el patógeno, presente en diversos niveles, se ensañe con aquellas a quienes deberíamos proteger por el simple hecho de que son nuestro presente y nuestro futuro; nuestras mujeres.

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