Análisis - Paris, Texas y el Amor en Tiempos de la Positividad


--ADVERTENCIA: SPOILERS A CONTINUACIÓN--

Arena. Vegetación muerta. Rocosas montañas. Un inclemente sol. Esos son los elementos que componen el paisaje por el que deambula un hombre harapiento llamado Travis al inicio de Paris, Texas (1984), la obra maestra del director alemán Wim Wenders. Ése inhóspito panorama refleja el estado emocional del personaje interpretado por Harry Dean Stanton; el desierto en el que se convirtió su corazón tras el abandono de su esposa. Pero…¿cómo y por qué llega Travis a ése estado?
Paris, Texas relata la historia de un hombre amnésico que aparece en el desierto de Mojave y al que sus familiares le creían muerto tras 4 años sin saber nada de él. Walt, hermano de Travis, viaja desde Los Ángeles para llevarlo a casa y reintegrarlo a la vida en sociedad. Desde esa trama, en apariencia sencilla, la película se erige como uno de los muros de resistencia más fuertes, devastadores y hermosos ante un fenómeno que, aunque siempre presente, ha cobrado especial relevancia en el siglo XXI; la exagerada positivización del amor. 
Infinidad de obras ficticias han despojado al amor de su inherente capacidad destructiva, aquella capaz de moldear psíquica y físicamente al ser humano y de reducirlo a un cascarón ante la falta del mismo. Esta edulcoración del amor responde a la necesidad de transformarlo en un producto de consumo hecho única y específicamente para darnos felicidad; nada más. Como el café sin cafeína, la cerveza sin alcohol o la leche deslactosada, buscamos obtener el amor sin estar dispuestos a pagar el precio que viene con él (disgustos, enojos, desilusiones, dolor). Esta desconexión con la realidad se extiende a la pareja; no solamente idealizamos al otro, sino que concebimos su existencia a partir de nuestra propia felicidad y gozo. La pareja ya no es un individuo consciente y subjetivo; es nuestro conducto al bienestar.

Para el filósofo esloveno, Slavoj Žižek, hay gran significancia en que algunos idiomas, como el inglés, utilicen la palabra “fall” para describir el enamoramiento, pues desde su perspectiva amar es un acto de violencia, no solo por lo descrito en el párrafo anterior, sino también porque es un evento traumático y retroactivo. Es decir, hay un antes y un después en nuestras vidas al enamorarnos. Nos entendemos a nosotros mismos sólo a partir de ése amor que, también señala Žižek, le da sentido al mundo y vuelve soportable la infinita rutina. Cuando lo perdemos, nos perdemos nosotros igual. En París, Texas, Wenders y el guionista, Sam Shepard, dialogan con todos estos conceptos, y tal vez permita explicar el estado deplorable de Travis en la primera mitad de la cinta; un hombre que está reagrupándose, conociéndose a sí mismo otra vez, reconociendo el mundo que ahora le es ajeno y reconectando con el producto de aquel amor que lo destrozó; su hijo. 
La división de la película en dos mitades claramente distinguibles, nos permite acotar y ejemplificar al interior del filme los conceptos mencionados. En la primera parte, hay dos secuencia específicas que ilustran el proceso de reagrupación de un hombre que no es ni la sombra de lo que era tras la pérdida total del agresivo amor; una, la de Travis caminando con su hijo, Hunter, cada uno de un lado de la calle e imitando los movimientos y gestos del otro. Aquí vemos a Travis buscando volver a conectar con un hijo que no reconoce como el propio. La otra es aquella donde la chica de servicio de los Henderson, ayuda a Travis a “actuar como un padre”, retratando la pérdida de la identidad que sufrió el personaje tras el violento desenlace de su historia previa. Esta narrativa culmina con la escena del proyector, donde a ritmo de Canción Mixteca de Ry Cooder, el protagonista consigue empatar todo aquello que fue y que ha sido, y lo traduce en una misión que buscará darle cierre a su vida hasta ése momento.

Hacia la segunda mitad, el guión de Shepard hace fluir todo en dirección al clímax de la película; el encuentro en el Peep Show. En esa misma escena, hay un momento donde la cámara de Robby Muller consigue que el rostro de Travis se fusione con el cuerpo de Jane, su etérea amada, a través del insondeable cristal. Lo anterior representa, no solamente la incapacidad de la pareja de reconectar física y emocionalmente de nuevo, sino también la desaparición del yo frente al otro; la completa subjetivación del ser amado…solo por un momento, hasta que él recupera la compostura y encamina todo al devastador pero exorcizante final. A resumidas cuentas, el amor y el romance son la misma cosa, tanto para Travis, como para Shepard, Wenders o Žižek; la dulce violencia que nos hace, no solo soportar, sino vivir el inclemente pasar del día a día. Experimentar esta parte es fundamental para la plena madurez emocional del ser humano. No es que aquellas películas que presentan la parte positiva y romántica estén equivocadas, pero, en aras de la mercantilización, se están volviendo la norma, y cuando esta visión incompleta choca con la realidad la violencia emocional es todavía más marcada; aumentando la posibilidad de convertirse en un o en una Travis.
Antecedente temático de obras como 5 Centimeters per Second (2007. Dir. Makoto Shinkai), Her (2013. Dir. Spike Jonze) y Cold War (2018. Dir. Pawel Pawlikowski), París, Texas entiende al amor en su polaridad y nos hace cómplices del proceso de reconstrucción de Travis que, ultimadamente y tras un memorable monólogo, lo lleva a realizar un sacrificio final nacido de la aceptación de esa dualidad, por momentos agresiva, por momentos preciosa de ése loop eterno de desintegración/reintegración que llamamos sencillamente "amor". 



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