Análisis - The Texas Chainsaw Massacre: de crisis ecológicas, deseos ocultos y algo más


--ADVERTENCIA: SPOILERS A CONTINUACIÓN--
El gran éxito del género de terror responde, en buena medida, a esta capacidad que tiene de, mediante lo extremo de sus situaciones cuestionar nuestras costumbres, formas de vida y más profundos temores. Construir mundos que rebasan toda lógica común le otorgan al terror una fuerza que difícilmente tienen otros géneros como el drama.
Entre los clásicos del subgénero slasher (de asesinos), The Texas Chainsaw Massacre (1974) tiene un puesto privilegiado, pues la capacidad que tiene para, aún en la actualidad, generar miedo con secuencias a plena luz del día y a campo abierto se acerca mucho al virtuosismo. Sin embargo, el aspecto más admirable del filme de Tobe Hopper es el agotamiento emocional al que somete al espectador durante menos de hora y media de metraje. ¿Cómo lo logra? Y, más importante aún, ¿qué dice esa fatiga emocional de nosotros?


Para responder la primera pregunta basta con observar la forma en que el guión de Kim Henkel desarrolla la acción a partir de una premisa bastante sencilla. La historia la hemos visto repetida hasta el cansancio; un grupo de adolescentes emprenden un road trip de verano, terminan estancados en un lugar remoto y uno a uno empiezan a ser brutalmente asesinados. Durante los primeros 50 minutos, la película coloca a sus personajes en situaciones realmente incómodas, tanto a nivel individual como colectivo, y perturbadoras; las cuales se transmiten al público y contribuyen a crear tensión. Todas esas sensaciones nos estallan en la cara cuando Hopper nos somete a una persecución continúa en la media hora de duración restante. Por si fuera poco, en los escasos momentos de “descanso”, y a medida que se nos va revelando el secreto detrás de Leatherface, el infame asesino de la motosierra que pobló las pesadillas de una generación de jóvenes, Hopper nos receta agresivos close ups, ensucia sus tomas, y los actores ejecutan acciones totalmente inhumanas y ligadas a la locura más peligrosa.
El psiconalista francés, Jacques Lacan, ofrece la clave para contestar la segunda pregunta. Pero antes, bien vale la pena contar la anécdota que dio origen a la película. Tobe Hopper, el director, se encontraba haciendo una larguísima fila en una tienda de herramientas. De repente, desesperado, abre el mar de gente, toma una sierra eléctrica y…¡comienza a masacrar a la multitud! Por supuesto, la fantasía asesina de Hopper se quedó en eso y terminó de esperar sus justos 45 minutos para finalizar su compra.


Lacan entendía como deseo la relación con una falta más que con un objeto. Siguiendo esa línea, el deseo del director estadounidense es motivado por la imposibilidad de escapar de la desesperación que le provocó la fila; lo que trae como consecuencia una pulsión violenta que, al ser parte de un deseo, está destinada a no consumarse; a no ser satisfecha. El analista francés también decía que el deseo era parte de un inconsciente, y que nuestro inconsciente “habla” a través de nuestras palabras, actos y gestos. Tomando lo anterior, La Masacre en Texas fue ése deseo específico de Hopper “hablando”, y por tanto, la película está configurada bajo la misma lógica; un deseo irrealizable cuya necesidad de realizarse reafirma un “algo” en una determinada “identidad”. Así lo podemos ver en todos los personajes de la obra.
The Texas Chainsaw Massacre nos presenta una serie de actos perversos y crueles alrededor de la acción de comer carne. Leatherface (un retrasado mental) es manipulado por sus hermanos, uno un comerciante de bbq y el otro un trabajador de un rastro, con el fin de mantener vivo a un patriarca decrépito. La forma en que el trío de psicópatas torturan a la joven Sally, son técnicas que se emplearon (o se siguen empleando) en la producción de carne. En pleno 2019, cuando la industria ganadera es la más contaminate del planeta según la ONU, esta lectura de la película cobra aún más fuerza que entonces.  ¿Por qué, a sabiendas que nos hace daño como especie a la larga, no cambiamos nuestro estilo de vida o la forma de producir? ¿Por qué nos resulta cruel lo que pasa en la cinta y no en la realidad? Pues porque, partiendo de Lacan y basándose en el filme; comer carne es el lenguaje mediante el que se manifiesta el deseo, inalcanzable dado que no cazamos matamos al animal con nuestras propias manos, de seguir siendo la especie dominante.


Para cuando llegan los dos extraordinarios fotogramas finales, con el corazón sobrecogido de cansancio, nos vemos reflejados en la locura que destellan los ojos de la actriz Marilyn Burns mientras contempla la danza del demente de la sierra. Somos ella, pero también somos él; somos víctimas al tiempo que victimarios. Nuestro deseo inconsciente está por cobrarnos una factura muy cara.

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